Requiem

 Fue compuesto en 1799. Él le puso un lema bien significativo: "Beati mortui qui in Domino moriuntur". En las notas de la edición presentamos las variantes principales que ofrecen los manuscritos, así como otros detalles de carácter crítico. Aquí sólo añadiremos que, desde que la compuso, esta misa se convirtió en clásica en la catedral, destinada a ser cantada específicamente en los funerales solemnes que se hacían por los canónigos y los prelados. Y esto no solamente en Santiago, sino que su fama salió de la propia ciudad y catedral, y consta documentalmente que al menos desde Tuy se pidió, y obtuvo, una copia para poder cantarse también allí, y que llegó hasta Astorga y Mondoñedo.

 También en Tuy quedó como obra clásica para los entierros de los capitulares. Hasta el extremo de que, cuando en 1834, el maestro de capilla, en el funeral por un canónigo, hizo cantar otra misa, el Cabildo se apresuró a llamarle al orden, diciéndole que "debe siempre en estos casos cantarse dicho oficio y misa" (de Melchor López), "que se ha echado siempre en el entierro de los señores prebendados".

 Se cantó, en efecto, al menos en Santiago, hasta bien entrado el siglo XX. De tal manera que, cuando, como consecuencia del, "Motu Propio" de San Pío, una comisión revisó el archivo de música, seleccionando las composiciones entonces en uso, las que podrían cantarse según los nuevos criterios y prohibiendo las demás, en ésta el secretario de dicha comisión estampó su veredicto de "prohibida".

 Fue un dictamen a todas luces injusto, causado por la fiebre puritana del momento. Porque se trata de una obra llena del más profundo sentimiento religioso.

 Queda dicho que en 1794 hizo Melchor un viaje a Madrid. Los motivos fueron, desde luego, estrictamente familiares. Pero ese viaje tuvo una importancia decisiva en la trayectoria artística del maestro compostelano: significó el contacto con el nuevo mundo del Clasicismo. Él se había formado en los criterios estéticos del tardo Barroco, y las composiciones de los diez primeros años de su magisterio aún están escritas en ese estilo. Pero en aquellos diez años, entre 1784 y 1794, Madrid entró definitivamente en el Clasicismo musical, incluidos Mozart y Haydn.

 Melchor López volvió transformado en un hombre nuevo. Su estilo musical, a partir de las composiciones del año siguiente, y sobre todo a partir de 1796 -parece ser que él estuvo meditando durante bastantes meses en el camino a seguir- es totalmente distinto. No podemos descender aquí a demasiados detalles, que tendrán cabida en el próximo cuaderno de esta misma serie. Pero estas observaciones generales nos parecieron indispensables para centrar adecuadamente la composición que hoy presentamos; se trata, en efecto, de una obra escrita en el más puro estilo clásico, tanto en la andadura de sus melodías como en los ritmos y en la sonoridad orquestas, pero es en la concepción misma de la obra, con la recurrencia de sus temas, su equilibrio, su carácter general, verdaderamente mozartiano, donde más se nota este nuevo estilo, que sería el que él ya no abandonaría en los años sucesivos.

 Aún compondría Melchor López otras misas de difuntos, pero serían menos solemnes e importantes que la presente "Misa solemne de difuntos".

José López-Calo, Joám Trillo Pérez